El río más extenso de la Península Ibérica agoniza por la falta de reservas en los pantanos de cabecera y la contaminación a su paso por Toledo y Talavera
Un océano de cieno cuarteado por la falta de humedad en los
embalses entre Guadalajara y Cuenca. Una superficie yerta que cruje entre
chopos que han crecido en el mismo sitio que antaño permanecía anegado. Peces
muertos, olores nauseabundos, plagas de insectos, mantas de algas. Espuma en el
tramo medio del río. Estanques varados, urbanizaciones vacías, negocios
cerrados en la cabecera. Y viejos balnearios, como el de La Isabela en Buendía,
emergiendo del fondo del pantano por la escasez de agua.
Así yace ahora mismo
el Tajo como consecuencia de los trasvases y de la sequía. El río más extenso de
la Península Ibérica atraviesa su peor crisis, azotado por la merma de reservas
en los pantanos de cabecera y la contaminación a su paso por Aranjuez, Toledo y
Talavera.